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Inspector Albornoz - Bombero - Técnico Prevencionista

DEPORTES

PARQUE CENTRAL

PARQUE CENTRAL Es como si un pedacito del Montevideo del ayer volviera a nuestro lado. Leyendas, personajes e historias de aquel Parque Central están de nuevo vivitas y coleando. Lo tenían olvidado pero de golpe comenzó a respirar y una blanquísima luz inundó su césped y tribunas. Los alegres rostros resplandecieron al compás de sacar los pañuelos. El viejo escribidor corta el mazo de sus barajas de recuerdos y aparecen las postales de aquella vieja capital. Cuando en lejanos días de otros veranos, los vecinos rumbeaban para 8 de Octubre y su orgullosa cancha. Allí no sólo había fútbol. Cuando surgía una tregua de los cañonazos de Perucho Petrone, de las atajadas de Mazali y de las genialidades del Manco Castro es que aparecían otros espectáculos. En ese tradicional escenario de los bolsilludos existieron pioneros que supieron captar a un público ávido de nuevas sensaciones. Había novelería y magnetismo por una pista en los laterales de la cancha. Por esa senda llena de banderitas corrían cono endemoniados unos flaquitos perros que lucían en sus lomos unas coloridas telas con números grandotes. Eran las carreras de galgos del Parque, un imán para la excitación y la timba medio a la sordina. En la largada, los propietarios ponían cara seria y alejaban a los curiosos porque esos galgos al parecer eran muy nerviosos y la cercanía de los extraños afectaba sus rendimientos en tales peliagudas carreras. Salían como bólidos detrás de un señuelo que simulaba ser una liebre y que se extendía por un cable a lo largo de toda la pista. La picardía popular enseguida sacó provecho de ese pintoresco espectáculo y así nació la frase "están corriendo la liebre" para mencionar a personas que iban de un lado a otro buscando el morfe y "galgueaban" de lo lindo.

A esas carreras concurrían muchas damiselas que se deslumbraban cuando los galanes conquistadores haciéndose los sabihondos les contaban historias de esa "pasión de los ingleses" como acostumbraban decir en tono canchero. Con ritmo de un saltarín charleston esas carreras de galgos simbolizaron el frenesí de una ciudad que a su manera quiso vivir los llamados años locos. Boquitas pintadas, ranchos de paja y cachilas de lujo rodeando al coqueto Parque Central de antaño. Y las carreras de motocicletas fueron la atracción de ese linajudo escenario. Explosivos y barullentos motores llenaron de estruendo ese estadio y sus repletas tribunas. Grandes pilotos como el argentino Landoni dejaron su sello de valentía y osados riesgos. Los espectadores con el corazón en la boca cuando las motos se inclinaban casi al ras del suelo para doblar las peligrosas curvas. Los bochincheros motores se escuchaban a varias cuadras y las exclamaciones del público retumbaban en ese viejo barrio. A la salida, por Jaime Cibils, aguardaban los tranvías y los asados al pincho. Ahora que el parque Central revivió, todas esas historias palpitan en la montevideana memoria.
Enviado por MAJO de Shangrilá